domingo, 14 de noviembre de 2010

El Réquiem (II)

Los pasos resonaban en los pasillos de la galería. A izquierda y derecha dejaba atrás las salas llenas de esculturas y mosaicos romanos, legado maravilloso de una civilización culta y cruel. Llegó hasta la ventana del final del pasillo y observó la ciudad. Podían distinguirse todas las cúpulas que sobresalían del resto de edificios: San Pedro, San Carlo al Corso… y las otras maravillas arquitectónicas que adornaban la panorámica. Tantos años y aun no se había cansado de mirar embelesado Roma. Su maestro le esperaba, y no podía demorarse más. Saltó desde la ventana varios pisos más abajo y aterrizó con la agilidad de un gato. Atravesó un jardín con senderos empedrados y llegó hasta la majestuosa puerta. Introdujo su vieja llave y abrió con un pequeño chirrido.
-Al fin estas aquí. ¿Lo conseguiste?
-Si, mi maestro. Han reforzado la seguridad, pero sigue siendo un juego de niños.
-Excelente…-el maestro miró con sus ojos muertos bien abiertos el antiguo manuscrito antes de abrirlo.-Por cierto, mi aprendiz, poco me queda ya que enseñarte.
-No, mi maestro, aun tengo mucho camino que seguir.
-Un maestro sabe cuando el aprendizaje de su pupilo ha terminado. Debemos preparar una ceremonia de graduación. Vas a ser uno de los mejores Dragones que han existido nunca.-dijo el maestro mientras abría lentamente el manuscrito. Sus ojos lo recorrieron intensamente y pronto una sonrisa pícara se dibujo en su rostro.

Según escuché una vez a un francés: "Roma es el perfecto ejemplo de cómo caen los imperios". Todas las naciones europeas han tenido su auge y su caída, pero Roma es la más espectacular. Aun así, esconde en sus entrañas gran parte de su grandeza y cultura antiguas, mucho más de lo que los mortales creen.

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