En la celda de la compañía, mirando ensimismada los reflejos que provocaban las luces del techo en su espada, estaba Ariel. Los demás estaban por ahí, no estaba muy segura de dónde, pero en ese momento no le importaba.
Después del embarazoso momento de la gruta, dudaba de su capacidad de liderazgo y su confianza en sí misma. “¿Qué clase de miguelita soy si me dejo llevar por mis impulsos?”
Kiel... Kiel el atrevido, valiente, arrojado, astuto, sagaz, hábil e inteligente urielita. Por un momento, Ariel dejó de vituperarse para pensar en él. “Es tan irritante, parece que le encanta hacerme rabiar. La próxima vez que lo vea le diré que estoy harta de su comportamiento, que tiene que acatar las órdenes y trabajar en equipo.” Convencida de su resolución y con nuevas energías, se dispuso a salir para reunir a su compañía entera y hacer algunos entrenamientos y reforzar así un poco su autoridad.
En el momento en el que iba a abandonar la celda, entró Kiel. Ariel le miró a los ojos, decidida a hacerlo. Intentó modular su voz para que sonara firme, pero no represiva.
-Te estaba buscando. Quiero decirt...
Kiel se acercó a ella, le dió un beso en la mejilla y susurró:
-Siento lo de antes.
Ariel se quedó congelada, completamente sorprendida y ligeramente ruborizada mientras Kiel salía de la celda. “¿ Por qué el... Qué...?” Se sentó en el suelo, hasta que sus piernas dejaran de temblar. Escuchó como fuera había dejado de llover, por ahora.
jueves, 27 de mayo de 2010
sábado, 22 de mayo de 2010
La nacional
Me quedé mirando el motor humeante como si supiera algo de coches. Mi Land Rover Santana del 81 me acaba de dejar tirado en algún lugar de este páramo amarillo, y no parecía que fuera a salir de esta. Pasé la mano por el capó “Son ya muchos años”
El sol pegaba fuerte, porque aunque el verano tarde en llegar a esta seca meseta, llega con ganas. Bebí un poco del agua que llevaba en el coche; puaj, estaba tibia.
Como no, mi móvil no tenía cobertura. Me senté en el quitamiedos, esperando por si pasaba alguien. Era poco probable, apenas había encontrado a nadie durante el viaje.
Después de un par de horas de desesperación, al fin apareció alguien en aquella maldita nacional. Era un coche gris, viejo y sucio. Tan sucio que tal vez era de otro color. Se paró lentamente detrás de mi coche y salió su conductor. Cuarenta y tantos, medio calvo, bajito y gordo, llevando un bigote como si estuviéramos en 1974.
-¿Tiene algún problema? ¿El coche le ha dejado tirado?
-Pues me temo que sí y no entiendo nada de coches.
Ver a un ser humano era reconfortante, aunque fuera éste.
-Déjeme ver, a ver si podemos hacer algo- dijo mientras se remangaba su camisa en otro tiempo blanca, ahora ligeramente amarilla con finas rayas rojas.
Se puso delante del motor y empezó al cacharrear en él. Yo, al lado, miraba interesando, a ver si se me pegaba algo.
-Y dígame, si no le importa que pregunte, ¿de dónde es usted? Es que con las nuevas matrículas estas europeas ya no se sabe de dónde es la gente.
-Soy de Valencia, he venido a ver a unos familiares que suelo ver poco.
-Ah, con este sol, echará de menos la playa- me dijo en tono jovial.
-Ya lo creo que sí. Por cierto, me llamo Ángel.
-Yo soy Primitivo, encantado. Bueno, esto ya está. Le servirá para llegar hasta un taller y allí que se lo arreglen de verdad, no esta chapuza que he hecho yo ahora.
-Le estoy muy agradecido, no sé qué hubiera hecho si no hubiera aparecido usted.
-Pues no le voy a negar que no haya tenido suerte. De vez en cuando veo algún coche lleno de portugueses o peor aún, de moros.
De pronto, la situación se volvió tensa, o al menos así lo sentí yo. “Vamos, improvisa algo, sal del paso y despídete de este amable racista” Me dije a mí mismo.
-Sí, que mal está el mundo...- “¿Eso es todo lo que se te ocurre?”
-Y España, peor. Bueno, no quiero hablar de política, que me enciendo.
-¡Bueno, que tenga un buen viaje, y gracias otra vez!- no podía dejar de pensar en huir de esta incómoda situación corriendo hacia el coche y perdiéndome en el horizonte.
-¡Igualmente!- se subió a su coche (no sin dificultad) y arrancó. Cuando pasó a mi lado escuché que tenía puestas coplas en el radio-casette.
Casi cuando ya no lo veía, puse las llaves en el contacto. “La España profunda ataca de nuevo” me dije “nada mejor para sentirse como en casa.”
El sol pegaba fuerte, porque aunque el verano tarde en llegar a esta seca meseta, llega con ganas. Bebí un poco del agua que llevaba en el coche; puaj, estaba tibia.
Como no, mi móvil no tenía cobertura. Me senté en el quitamiedos, esperando por si pasaba alguien. Era poco probable, apenas había encontrado a nadie durante el viaje.
Después de un par de horas de desesperación, al fin apareció alguien en aquella maldita nacional. Era un coche gris, viejo y sucio. Tan sucio que tal vez era de otro color. Se paró lentamente detrás de mi coche y salió su conductor. Cuarenta y tantos, medio calvo, bajito y gordo, llevando un bigote como si estuviéramos en 1974.
-¿Tiene algún problema? ¿El coche le ha dejado tirado?
-Pues me temo que sí y no entiendo nada de coches.
Ver a un ser humano era reconfortante, aunque fuera éste.
-Déjeme ver, a ver si podemos hacer algo- dijo mientras se remangaba su camisa en otro tiempo blanca, ahora ligeramente amarilla con finas rayas rojas.
Se puso delante del motor y empezó al cacharrear en él. Yo, al lado, miraba interesando, a ver si se me pegaba algo.
-Y dígame, si no le importa que pregunte, ¿de dónde es usted? Es que con las nuevas matrículas estas europeas ya no se sabe de dónde es la gente.
-Soy de Valencia, he venido a ver a unos familiares que suelo ver poco.
-Ah, con este sol, echará de menos la playa- me dijo en tono jovial.
-Ya lo creo que sí. Por cierto, me llamo Ángel.
-Yo soy Primitivo, encantado. Bueno, esto ya está. Le servirá para llegar hasta un taller y allí que se lo arreglen de verdad, no esta chapuza que he hecho yo ahora.
-Le estoy muy agradecido, no sé qué hubiera hecho si no hubiera aparecido usted.
-Pues no le voy a negar que no haya tenido suerte. De vez en cuando veo algún coche lleno de portugueses o peor aún, de moros.
De pronto, la situación se volvió tensa, o al menos así lo sentí yo. “Vamos, improvisa algo, sal del paso y despídete de este amable racista” Me dije a mí mismo.
-Sí, que mal está el mundo...- “¿Eso es todo lo que se te ocurre?”
-Y España, peor. Bueno, no quiero hablar de política, que me enciendo.
-¡Bueno, que tenga un buen viaje, y gracias otra vez!- no podía dejar de pensar en huir de esta incómoda situación corriendo hacia el coche y perdiéndome en el horizonte.
-¡Igualmente!- se subió a su coche (no sin dificultad) y arrancó. Cuando pasó a mi lado escuché que tenía puestas coplas en el radio-casette.
Casi cuando ya no lo veía, puse las llaves en el contacto. “La España profunda ataca de nuevo” me dije “nada mejor para sentirse como en casa.”
martes, 11 de mayo de 2010
Cachos de tierra
A la gente le gustan los pedazos de tierra. Algunos hasta los aman. Los hay incluso que matan por ellos. Se empeñan en decir que esa parcela de tierra es suya y de nadie más. Lo que les diferencia sólo es el cacho de tierra que consideran propio. Los hay que les gustan grandes, y otros los prefieren pequeños.
Dibujan líneas imaginarias que separan unos trozos de otros. Quieren toda la tierra que se extiende hasta la línea, pero ni un centímetro más. De hecho, si naces a un lado de la línea serás de una manera, y si naces al otro lado, de otra. Algunos, para que la línea se marque bien, construyen muros y vallas y ponen vigilantes con cara de pocos amigos en ellas.
Sin embargo, la cultura, el idioma, la gente, siempre acaba traspasando esas líneas y mezclándose unos con otros.
Porque las patrias son sólo cachos de tierra, las banderas trozos de tela y las fronteras líneas imaginarias.
Dibujan líneas imaginarias que separan unos trozos de otros. Quieren toda la tierra que se extiende hasta la línea, pero ni un centímetro más. De hecho, si naces a un lado de la línea serás de una manera, y si naces al otro lado, de otra. Algunos, para que la línea se marque bien, construyen muros y vallas y ponen vigilantes con cara de pocos amigos en ellas.
Sin embargo, la cultura, el idioma, la gente, siempre acaba traspasando esas líneas y mezclándose unos con otros.
Porque las patrias son sólo cachos de tierra, las banderas trozos de tela y las fronteras líneas imaginarias.
domingo, 9 de mayo de 2010
Nathan
"Vas a confesar Nathan"
El agente Topolsky le miraba severamente al otro lado de la mesa de la sala de interrogatorios.
"Eres un terrorista, Nathan, tenemos pruebas. Simplemente dilo y haznos más fácil todo esto"
Nathan, vestido con una camisa blanca y pantalones negros le miraba con cara divertida, lo que hacía enfurecer al agente del FBI. Sin embargo, el temple de este a lo largo de los años se había perfeccionado de tal modo, que toda su rabia sólo se manifestaba en un ligero (casi imperceptible) levantamiento del labio superior.
Nathan sí lo notó. "No tenéis nada. No soy un terrorista, sólo he escrito lo que pensaba"
"Te podemos relacionar con gente sospechosa e incluso sabemos que has estado en reuniones con ellos"
"¿Es que en este país se ha perdido la libertad de expresión y reunión? ¿O es que lo que escribo es incómodo para algunos? Lo que daría por ser ellos; si algo de lo que leo no me gusta, suelto a los perros"
Topolsky le miró a los ojos durante unos segundos. Por el auricular, su compañero le había dicho que tenían que soltarle, al menos por ahora.
"Vale Nathan, puedes irte. Pero te estaremos vigilando" Topolsky se levantó y señaló con la cabeza hacia la puerta.
"¿Es que alguna vez habéis dejado de hacerlo?" Se levantó sin esperar respuesta, cogió su americana negra de la silla y se dirigió hacia la puerta.
"Agente Topolsky, una última cosa" se dio la vuelta y se puso frente a él. "Escribiré lo que piense, no me importa a quién pueda escocerle."
"Esto te traerá problemas" la voz de Topolsky sonaba más a consejo paternal que a amenaza.
"Probablemente" dijo Nathan saliendo de la sala de interrogatorios.
El agente Topolsky le miraba severamente al otro lado de la mesa de la sala de interrogatorios.
"Eres un terrorista, Nathan, tenemos pruebas. Simplemente dilo y haznos más fácil todo esto"
Nathan, vestido con una camisa blanca y pantalones negros le miraba con cara divertida, lo que hacía enfurecer al agente del FBI. Sin embargo, el temple de este a lo largo de los años se había perfeccionado de tal modo, que toda su rabia sólo se manifestaba en un ligero (casi imperceptible) levantamiento del labio superior.
Nathan sí lo notó. "No tenéis nada. No soy un terrorista, sólo he escrito lo que pensaba"
"Te podemos relacionar con gente sospechosa e incluso sabemos que has estado en reuniones con ellos"
"¿Es que en este país se ha perdido la libertad de expresión y reunión? ¿O es que lo que escribo es incómodo para algunos? Lo que daría por ser ellos; si algo de lo que leo no me gusta, suelto a los perros"
Topolsky le miró a los ojos durante unos segundos. Por el auricular, su compañero le había dicho que tenían que soltarle, al menos por ahora.
"Vale Nathan, puedes irte. Pero te estaremos vigilando" Topolsky se levantó y señaló con la cabeza hacia la puerta.
"¿Es que alguna vez habéis dejado de hacerlo?" Se levantó sin esperar respuesta, cogió su americana negra de la silla y se dirigió hacia la puerta.
"Agente Topolsky, una última cosa" se dio la vuelta y se puso frente a él. "Escribiré lo que piense, no me importa a quién pueda escocerle."
"Esto te traerá problemas" la voz de Topolsky sonaba más a consejo paternal que a amenaza.
"Probablemente" dijo Nathan saliendo de la sala de interrogatorios.
Dado por muerto
Todos habían sido dados por muertos, nadie podía confiar en que hubiera supervivientes. Tampoco había nadie para buscarlos, ni siquiera para darles la bienvenida. Lo único de lo que se podían fiar era de la gente que estuviera a tu lado, cubriéndote las espaldas. Esos compañeros lo eran todo. Esos pequeños grupos de personas aun no infectadas habían desarrollado principios parecidos a los que hay entre algunos cuerpos militares: nunca se deja a nadie atrás.
Vivir un día más era la única meta a largo plazo, y pensar más allá de mañana era descorazonador, así que simplemente no se pensaba. Mantener las armas a punto, tener comida y un lugar para dormir era suficiente para llenar las mentes aterrorizadas de esas personas. La confianza en otro ser humano, otrora algo raro y difícil de conseguir, era la norma. Confianza vital y ciega ante la expectativa de una muerte segura.
Fuera del grupo, no había nada; ni familia, ni amigos, ni conocidos. Tu compañero se convertía en tu hermano y su vida se convertía en tu vida.
Todo lo demás, había sido dado por muerto.
PD: el Left 4 Dead mola inconmensurablemente.
Vivir un día más era la única meta a largo plazo, y pensar más allá de mañana era descorazonador, así que simplemente no se pensaba. Mantener las armas a punto, tener comida y un lugar para dormir era suficiente para llenar las mentes aterrorizadas de esas personas. La confianza en otro ser humano, otrora algo raro y difícil de conseguir, era la norma. Confianza vital y ciega ante la expectativa de una muerte segura.
Fuera del grupo, no había nada; ni familia, ni amigos, ni conocidos. Tu compañero se convertía en tu hermano y su vida se convertía en tu vida.
Todo lo demás, había sido dado por muerto.
PD: el Left 4 Dead mola inconmensurablemente.
sábado, 8 de mayo de 2010
Nada en las muñecas
Hoy, después de ponerme el reloj, he estado pensando. Me lo he quitado y lo he dejado de nuevo encima de la mesilla, en el sitio donde lo dejo siempre.
Podría contar una historia sobre ese reloj, como en Pulp Fiction, pero esta no es una historia de ese tipo. Esta no va sobre generaciones de padres teniendo ese reloj, ni sobre esfuerzos para preservarlo ni sangre derramada.
Este reloj tiene una historia más simple y más corta, pero importante, al menos para mí. Pero por primera vez en mucho tiempo, no quiero llevarlo puesto. Lo que representaba para mí se desvanece a ritmo alarmante, y ya no es cómodo tenerlo alrededor de mi muñeca. Las cosas cambian, eso es lo único seguro.
Es un reloj bonito, tal vez debería cambiar lo que representa ahora. No me gusta no llevar reloj. Sí, definitivamente eso es lo que debería hacer, cambiar el significado. Como le cambié la correa hace unas semanas; parecido, pero no igual.
Ahora estoy limpiándolo. Creo que me lo voy a poner, otra vez.
Podría contar una historia sobre ese reloj, como en Pulp Fiction, pero esta no es una historia de ese tipo. Esta no va sobre generaciones de padres teniendo ese reloj, ni sobre esfuerzos para preservarlo ni sangre derramada.
Este reloj tiene una historia más simple y más corta, pero importante, al menos para mí. Pero por primera vez en mucho tiempo, no quiero llevarlo puesto. Lo que representaba para mí se desvanece a ritmo alarmante, y ya no es cómodo tenerlo alrededor de mi muñeca. Las cosas cambian, eso es lo único seguro.
Es un reloj bonito, tal vez debería cambiar lo que representa ahora. No me gusta no llevar reloj. Sí, definitivamente eso es lo que debería hacer, cambiar el significado. Como le cambié la correa hace unas semanas; parecido, pero no igual.
Ahora estoy limpiándolo. Creo que me lo voy a poner, otra vez.
viernes, 7 de mayo de 2010
Quinto capítulo. ¿Qué es esa cosa?
Sam soltó el aparato de inmediato, que cayó al suelo sin mucho estruendo. Esa cosa había latido. Los móviles no deberían latir. En el dispositivo sólo se mostraba un lugar para apoyar el dedo, posiblemente para reconocimiento de huellas dactilares.
Sam lo recogió del suelo. No parecía haberse dañado para nada. Puso el pulgar en mitad de la pantalla, sobre un cuadradito. Nada más apoyarlo, la pantalla mostró la foto de Sam, al lado de su nombre, su edad, género, trabajo, domicilio y contratos actuales con empresas (luz, agua, Internet...). La sensación desagradable de Sam no se iba, de hecho estaba aumentando. La cosa mostró un mensaje en la pantalla: “Devúelvame a Necron Corporation. No hacerlo sería violar las leyes sobre espionaje empresarial y manejo de bienes robados.”
Eso es justamente lo que Sam quería hacer; librarse de ese espeluznante aparato. Cuando se puso de pie dispuesto para irse, el móvil vibró y mostró en la pantalla:
“¿Estas seguro de que quieres hacer eso, Sam?”
Sam lo recogió del suelo. No parecía haberse dañado para nada. Puso el pulgar en mitad de la pantalla, sobre un cuadradito. Nada más apoyarlo, la pantalla mostró la foto de Sam, al lado de su nombre, su edad, género, trabajo, domicilio y contratos actuales con empresas (luz, agua, Internet...). La sensación desagradable de Sam no se iba, de hecho estaba aumentando. La cosa mostró un mensaje en la pantalla: “Devúelvame a Necron Corporation. No hacerlo sería violar las leyes sobre espionaje empresarial y manejo de bienes robados.”
Eso es justamente lo que Sam quería hacer; librarse de ese espeluznante aparato. Cuando se puso de pie dispuesto para irse, el móvil vibró y mostró en la pantalla:
“¿Estas seguro de que quieres hacer eso, Sam?”
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