No se trataba de honor, ni de dinero. Es sólo lo que había que hacer. Puede que no tuviera sentido, pero el había nacido para eso, y lo iba a hacer. La radio del coche estaba encendida, aunque el no la estaba escuchando, mientras miraba fuera y daba largos tragos a la botella. Estaba tibia, y pese al sofocante calor, le gustaba. El coche, una vieja gloria de los setenta, estaba aparcado en aquella calle con nombre de inmigrante irlandés americano. Sólo mirando el asfalto podías saber que podrías hacer un huevo frito en él. El cielo estaba completamente azul y el sol daba de lleno en esa pequeña ciudad. Cuando el viejo salió del banco, él salió del coche, con el Wincherster en mano. Los disparos asustaron a unos pájaros, que levantaron el vuelo, y despertaron a Sheriff.
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