Después de lo del viejo, se volvió a meter en el coche. Condujo hasta un par de manzanas más allá, y con el coche aun en marcha, se bajó a llamar por teléfono. La conversión fue escueta y casi monosílaba, y en poco tiempo ya estaba otra vez en el coche, rumbo hacia la nada que se extendía al norte de la pequeña ciudad.
Tras una media hora conduciendo bajo el sol abrasador, en una carretera monótona y muerta, llegó por fin al siguiente pueblo; mismo calor y aspecto polvoriento que el anterior. Aparcó delante de un hostal que nunca fue bueno, y menos ahora. Entró dentro y pidió una habitación. Segundo piso a la izquierda, la primera puerta. Se quitó las botas y se tumbó en la cama.
Se despertó cuando escuchó los pasos de gente delante de su puerta, y no eran pocos. Sabía quienes eran y sabía cómo sabían que el estaría aquí. A toda prisa se puso la botas y pensó en la manera de salir de allí. Abrió la ventana pensó que podría bajar y llegar hasta su coche. De la ventana, bajó a una especie de pequeño tejado que tenía el piso inferior y se descolgó por la fachada, gracias al relieve que tenía.
Corrió hasta su coche y salió quemando rueda, mientras venía como los hombres que le perseguían salían corriendo del hostal. En su cabeza no había sitio para el ansia de escapar. Sólo había sitio para la venganza del hombre que le había traicionado. Lo más odiaba en el mundo era a los traidores.
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