lunes, 10 de agosto de 2009

Extraño día

He eliminado una entrada, si, no es que lo hayáis soñado y ahora digáis "Por los tentáculos de un dios innominado, aquí antes había una entrada!". La historia es la siguiente punto por punto:
Nada más escribirla y publicarla. salí de casa. Caminando alegremente (a saltitos) no tardaría en sufrir deshidratación y daños permanentes debido a las altas temperaturas, así que decidí caminar como siempre, parapetándome debajo de las sombras que encontraba. En esto estaba que debí mirar mal a alguien o fue porque eché a otro tío de una sombra, en cualquier caso se mosqueó. No le presté mucha atención, pero debí haber pensado que la sombra es un bien demasiado importante como para arrebatarlo. Y en estas que el me siguió. De vez en cuando miraba hacia atrás atemorizado. ¿He dicho ya que medía 2 metros y que sus músculos eran como piedras macizas? ¿No? Bueno pues medía 2 metros y sus músculos eran como piedras macizas. A todo esto que yo ya había llegado a mi destino: la chatarrería. Es que como el valor de la chatarra está bajando, decidí comprar ahora y vender cuando se revalorice, aunque en realidad esperaba encontrar un Megas. Bueno, me dí cuenta de que mí teléfono estaba pinchado. "Pero si aquel hombre tan amable me dijo que no me pincharían el teléfono" pensé. Llamé a un número desconocido y probé a decir que tenía una bomba y que la iba a lanzar, dentro de una piña, contra el presidente de la república a las cinco menos cuarto, cuando va al baño de fuera de su palacio republicano para ver si realmente me estaban escuchando. Pues resulta que sí, que aparecieron un montón de Arbitres con ganas de pelea. Y el tío de la chatarra me coge por las solapas y grita: "¡Dame mis dos dólares!" Porque lo había prometido que al menos, me gastaría dos dólares y que abriera para mí. Pero ya me diréis, yo estaba allí, con el hombre-armario, los Arbitres, y claro no iba a ponerme a contar calderilla. Y en esto que viene un hombre, y paga los dos dólares y me dice: "Ahora eres mío chico" y yo le miro, con su fular y su pelo repeinado y preferiero lanzarme a por los Arbitres. Así que rechazo su oferta lo mejor que pude: le dí con una palanca en la cabeza mientras gritaba "¡Servicio de habitaciones.!". El de la chatarra, lleno de sangre ajena, comienza a gritar como un poseso, yo me tiro al suelo y me vuelvo más manso que una sopa, los Arbitres, asustados como policías estadounidenses, abren fuego y el hombre-armario cae a la duodécima bala, ya que era inmune a la decimotercera. Me escabullo entre el gentío y las masas que entran en el desguace para saquear lo que puedan. Algunos cargan contra los Arbitres con tanques de última generación, mientras las fuerzas del orden se lamentan de las leyes de armamento excesivamente laxas de hace unos años.
Por fin llego a casa y pienso: "¡Cuanto se han malinterpretado mis palabras de este día!" Así que borré la entrada, por si acaso.

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