-¡Quiero un helicóptero, un millón de dólares y una mujer! -gritó el secuestrador apuntando a la sien de uno de los asustado y algo sorprendidos rehenes.
El negociador miró a sus compañeros y les dijo:
-Es inútil, pide cosas imposibles. Abatidlo.
Los disparos de los policías, los francotiradores y los ciudadanos voluntarios que habían traído sus armas que guardan en el baúl de juguetes de sus hijos impactaron en toda la fachada. El secuestrador fue finalmente abatido y ocurrieron algunos daños colaterales de los que nadie se atrevió a hablar.
El negociador se montó en una de las furgonetas de la policía, que le llevaría de vuelta a la comisaría. No paraba de darle vueltas al asunto.
-¿Por qué pidió algo imposible? ¿Que lleva a un hombre, en una situación así, exigir una mujer? Cualquier persona cuerda sabría que ya no había chicas en el mundo, y sin embargo, el osó pedir una.
-Tal vez es -era- uno de esos conspiranoicos que creen que el gobierno tiene varias congeladas en los cuarteles generales para algún día poder crear más con el asesoramiento de científicos locos de pelo revuelto -dijo uno de los policías, un chico joven que apenas recordaba a su preciosa vecina, cuando aun existía.
-O un enajenado, ya sabéis, uno de esos tipos que dicen que en realidad no se fueron, sino que no podemos verlas y que ellas son lo que llamamos "fantasmas". -dijo un policía algo mayor, aunque no mucho, pero que parecía mucho mayor por su baja forma y el pelo que llevaba, además de que el uniforme le apretaba, y no se vosotros, pero yo me lo estoy imaginando y es muy desagradable- Una vez, vi un documental...
-Tu que vas a ver un documental, lo único para lo que usas tú tu Tv es para ver películas antiguas, donde salen mujeres. -dijo el policía más grande de todos, que no distaba mucho de los últimos neandertales que se habían encontrado congelados en una fábrica de hielo.
El negociador, un hombre de unos cuarenta y muchos, bigote y pelo canosos y múltiples granulomas en ciertos órganos, no paraba de pensar en ese chico. Recordaba perfectamente su cara, sus ojos, el momento en el que hizo su absurda petición. Estaba claro que estaba loco, por una razón o por otra.
La furgoneta recorría las calles de la ciudad. Una ciudad llena de hombres. Hombres que aun dejaban un hueco en su cama doble por si algún día las mujeres volvían al país.
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