miércoles, 29 de abril de 2020

La chica y la niña

Caminando en mitad de la calle, como si estuvieran en uno de esos antiguos "días sin coche", como si disfrutaran de caminar por donde normalmente sólo había vehículos, vió a la chica y a la niña. Claro que hacía mucho que no pasaba ni una mísera moto por ahí. Enfundó la pistola al verlas, aun en el declive de la civilización las mujeres eran menos violentas, más con una niña como esa, de unos siete u ocho años. Pero no dejó de estar agazapado tras el bolardo de piedra porque tampoco tenía sentido provocar un encontronazo desagradable.
La chica debía tener su edad, no tenían mal aspecto, estaban bien vestidas y no estaban sucias. Iban hablando como si fuera 2020, como si el mundo no se hubiera acabado. Caminaban de la mano y reían y parecían ignorar la fina lluvia que poco a poco iba desapareciendo, se detuvieron a mirar las nubes que reflejaban los rayos del sol y siguieron calle abajo sin aparente preocupación ninguna.
Pensó en volver a mirarse la temperatura, pero aquello, aunque realmente extraño, era real. Por un momento, por un breve momento, se trasportó a tiempos mejores, a días en los que no había que rebuscar comida en casa vacías, en los que no había que preocuparse de colocar las trampas para ratas, en los que no llevaba pistola, pero en los que sí había comercios y restaurantes y bares y se hacía ejercicio por gusto y no encontrar una determinada marca de leche en el supermercado era una contrariedad.
Cuando desaparecieron tras la siguiente esquina se quedó un rato mirando aquel cruce, este vez no intentando atesorar el momento, sino deseando que no pasase nunca.

martes, 21 de abril de 2020

La gran tormenta

Las campanas sonaban tan fuerte que no dejaban oír los truenos y la lluvia que asolaba la plaza. Levantó la mirada y vió cómo se mecían y daban vueltas en los campanarios de una manera casi enloquecedora, una visión y un sonido que parecía irreal. Por un momento pensó que debía ser su imaginación o peor, estar teniendo alucinaciones. De forma atropellada rebuscó en su bolso y sacó su termómetro: 36.5ºC. Respiró. Admitió que el primer síntoma de tener fiebre fueran las alucinaciones era poco probable, pero ya nada le sorprendería.
Las brutales campanadas continuaban reinando en aquel lugar, otrora atestado de turistas. Pero ya no había nadie. En realidad, si las campanas tañían es que aún quedaba alguien en la catedral. Se deshizo rápidamente de la idea de entrar dentro; si alguien había conseguido aguantar tanto dentro montando ese escándalo de forma habitual, es que estaba bien parapetado. Se imaginó minas Claymore entre las bancadas, los púlpitos fortificados y las escaleras llenas de trampas y barricadas. Seguramente no bajaba a los niveles inferiores casi nunca, viviendo entre las gárgolas y los pináculos, cazando palomas y cotorras. Otro superviviente más.
Se quedó en el mismo sitio donde estaba admirando el espectáculo apocalíptico hasta que terminó y solo quedaron la lluvia y los truenos. No le importaba mojarse, aunque detestaba el viento. Por suerte lo que caían eran grandes gotarrones que golpeaban las piedras de forma pesada. Echó a andar de nuevo sin rumbo fijo, mirando de reojo la mole de la catedral a su derecha, por si avistaba al superviviente, nada le garantizaba que fuera amistoso o que no quisiera practicar su puntería con él. Para cuando cruzó la plaza la lluvia se había convertido en una fina ducha, los truenos habían cesado y el sol había rasgado unas nubes, asomándose perezoso, haciendo brillar todas y cada una de las gotas que colgaban de las agujas de los pinos cercanos. Se detuvo y observó la belleza de la imagen que se desplegaba delante de él. Sentía que debía atesorar momentos como ese ahora que casi nadie iba a poder disfrutarlos, hacer una foto mental y guardarla en algún lugar especial de su mente. Sin embargo, el ruido apagado de unos pasos en la calle de al lado le sacó de sus pensamientos y se agazapó tras un grueso bolardo de piedra, al tiempo que sacaba su pistola lentamente de la funda, comprobando que aún le quedaba munición después del último tiroteo.

martes, 14 de abril de 2020

Nada volverá a ser igual

Venido de un animal y desde el este ha llegado un virus que, mas que lo que está provocando ahora mismo, cambiará todo para siempre. Se estudiará en Historia y en la Facultad de Medicina. Cambiará la manera de viajar por el mundo. Transformará la atención sanitaria. Vendrá una recesión que marcará el siglo y el devenir de generaciones. Pero todo eso no es más que lo que ocurre de fondo en la vida; los que cambiaremos de verdad seremos nosotros. Puede que ya haya empezado, que ya hayamos roto algo bueno, que veamos las cosas de otro modo y que nos sintamos de nuevo un poco vacíos. Creen algunos que después de dos semanas de que "todo esto termine" ya no apreciaremos lo que es salir a la calle así, sin más, sin justificante, sin distancia de 1 o 2 metros entre nosotros. Probablemente. Pero este encierro, esta situación que nos ha hecho sentirnos vulnerables, débiles y mortales, si nos dejará una marca. Lo que estamos viviendo estos días producirá una cicatriz, más o menos visible según la persona que la lleve.
He estado viviendo estos días con un insalubre sentido de la invulnerabilidad, sólo para descubrir que el mayor daño, mi cicatriz, me la iba a provocar yo mismo. Lo que nunca me perdonaré es dejar esa marca en otra persona. Aunque espero que algún día pueda volver a dormir, como antes.