martes, 21 de abril de 2020

La gran tormenta

Las campanas sonaban tan fuerte que no dejaban oír los truenos y la lluvia que asolaba la plaza. Levantó la mirada y vió cómo se mecían y daban vueltas en los campanarios de una manera casi enloquecedora, una visión y un sonido que parecía irreal. Por un momento pensó que debía ser su imaginación o peor, estar teniendo alucinaciones. De forma atropellada rebuscó en su bolso y sacó su termómetro: 36.5ºC. Respiró. Admitió que el primer síntoma de tener fiebre fueran las alucinaciones era poco probable, pero ya nada le sorprendería.
Las brutales campanadas continuaban reinando en aquel lugar, otrora atestado de turistas. Pero ya no había nadie. En realidad, si las campanas tañían es que aún quedaba alguien en la catedral. Se deshizo rápidamente de la idea de entrar dentro; si alguien había conseguido aguantar tanto dentro montando ese escándalo de forma habitual, es que estaba bien parapetado. Se imaginó minas Claymore entre las bancadas, los púlpitos fortificados y las escaleras llenas de trampas y barricadas. Seguramente no bajaba a los niveles inferiores casi nunca, viviendo entre las gárgolas y los pináculos, cazando palomas y cotorras. Otro superviviente más.
Se quedó en el mismo sitio donde estaba admirando el espectáculo apocalíptico hasta que terminó y solo quedaron la lluvia y los truenos. No le importaba mojarse, aunque detestaba el viento. Por suerte lo que caían eran grandes gotarrones que golpeaban las piedras de forma pesada. Echó a andar de nuevo sin rumbo fijo, mirando de reojo la mole de la catedral a su derecha, por si avistaba al superviviente, nada le garantizaba que fuera amistoso o que no quisiera practicar su puntería con él. Para cuando cruzó la plaza la lluvia se había convertido en una fina ducha, los truenos habían cesado y el sol había rasgado unas nubes, asomándose perezoso, haciendo brillar todas y cada una de las gotas que colgaban de las agujas de los pinos cercanos. Se detuvo y observó la belleza de la imagen que se desplegaba delante de él. Sentía que debía atesorar momentos como ese ahora que casi nadie iba a poder disfrutarlos, hacer una foto mental y guardarla en algún lugar especial de su mente. Sin embargo, el ruido apagado de unos pasos en la calle de al lado le sacó de sus pensamientos y se agazapó tras un grueso bolardo de piedra, al tiempo que sacaba su pistola lentamente de la funda, comprobando que aún le quedaba munición después del último tiroteo.

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