martes, 30 de septiembre de 2014

Los últimos días del verano (II)

Nos sentamos en un banco, cerca de árbol tan grande que debía estar allí antes de la guerra.
Me hizo por enésima vez la misma pregunta, para la que ya me costaba encontrar respuestas sin sonar excesivamente repetitivo ni recurrir a excusas religiosas.
- ¿Dónde está mamá?
- Simplemente, ya no está.
- ¿A dónde se ha ido?
Sabía que su cerebro no era lo suficientemente maduro como para entender la idea de la muerte, pero lo seguía intentando.
- Todo ser vivo, como aquel señor de allí y su perro, este árbol o tu y yo, habrá un día que dejemos de estar vivos, que ya no estemos.
Se quedó pensativa. Para mi suerte, empezó a llover, con grandes gotas frías que se estrellaban contra el suelo. Abrí el paraguas y le di la mano.
- Lo entenderás cuando seas mayor, mi vida. Vamos a casa.

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