lunes, 1 de septiembre de 2014

El sonido de la ciudad

Se sentó -más bien se dejó caer- en la silla que le iba a permitir ver bien la Gran Vía, los edificios, el tráfico y el atardecer. Otros días le habría interesado más la gente que pasaba por la calle, pero hoy no. Su interés habitual por las personas se basaba más en la observación que en la interacción, pero incluso eso había disminuido en las últimas semanas. Las dos chicas de la mesa a su derecha hablaban muy alto sobre lo que le pareció chorradas, aunque apenas llegó a escuchar nada porque se puso el auricular derecho para evitar el parloteo, mientras su oído izquierdo aun podía captar los motores, las sirenas, el bullicio.
Cada vez que pasaba una ambulancia con la sirena puesta se imaginaba en ella, como llevaba años haciendo.
Cuando terminó su té, se fue. Las dos chicas seguían allí, siendo un obstáculo para su salida. Recordó la última vez que la gente de la calle, como ahora, se habían convertido en manchas borrosas. No eran recuerdos agradables.
Ni correr, ni sudar hasta que empapó la camiseta le ayudaron a no pensar, hasta que estuvo tan exhausto que su cerebro simplemente dejó las tareas complejas a un lado y se dedicó sólo a lo más básico, sobrevivir.

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