El Médico le palpó el abdomen de la manera que había aprendido allá en su juventud, en la capital, en el hospital universitario. Parecía normal, aunque era difícil concentrarse en la exploración porque era realmente divertido la forma en la que la enorme barriga se movía a la palpación. El señor del pueblo clavaba su mirada en el techo, esperando a que el Médico acabara. La mujer del señor miraba angustiada la exploración mientras agarraba fuertemente el bolso.
El Médico terminó y empezó a lavarse las manos en el pequeño lavabo de la consulta.
-Sólo son gases.-dijo sin darle importancia
-No me mienta, Doctor, dígame que es en realidad-dijo el señor mientras se incorporaba y se ponía la camiseta interior.
-Ay señor, ay señor-musitaba la mujer casi con lágrimas en los ojos.
El Médico se dió la vuelta, miró a aquel hombre campechano, llano y trabajador.
-Le digo que sólo son gases. Se le pasará pronto. Le prometo que es toda la verdad.
Ya más convencido, el señor terminó de vestirse, poniéndose la camisa y abrochándose el cinturón. -Bueno, entonces nos marchamos ya. Encantado. Vamos Paca.
El Médico le dió la mano a los dos y se volvió a sentar en su silla. Les vió salir con ese andar particular. Seguramente en un par de días le traerían una cantidad ingente de alguna hortaliza, verdura o fruta, en agradecimiento a haber hecho su trabajo.
En la ciudad tendría suerte si el paciente se despidiera amablemente de él.
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