He soñado que arreglaba cosas. Algo usual en mí, es algo que se me ha dado bien siempre. Romperlas también, pero normalmente arreglo cosas. Será por eso que me gusta la medicina, no sé. De hecho a veces tengo que arreglar cosas que yo mismo he roto, pero eso es una historia diferente, una historia a lo Michael Bay con explosiones y helicópteros a ras de suelo. No, la historia de hoy es sólo de arreglar cosas que no funcionan bien. Básicamente es algo así como lo que le pasa a Jack, de Perdidos, pero yo no soy tan idiota como él (al menos no del mismo modo), o como el Sr Lobo, que soluciona problemas, pero no problemas tan turbios como los suyos. Aunque ni siquiera soy muy manitas en cosas de casa estilo grifos o hacer una mesa. De hecho, si miro a mi alrededor hay pocas cosas que haya arreglado... pero lo que hago lo hago bien. O al menos me salió bien las veces que lo he hecho.
En el sueño lo había conseguido, y como siempre, me sentía bien después de arreglarlo. En la realidad, cuando me desperté (once horas más tarde) seguí ahí, roto.
***
No podía dormir. Tenía insomnio. La falta de sueño le estaba llevando a hacer cosas raras. A las 7 de la mañana estaba en la cocina, y empezó a lanzar mantequilla a sus vecinos a través del patio de luces. Como los pegotes de mantequilla eran muy grandes, la mayoría no llegan a su objetivo y caían al suelo del patio, en donde un ejercito de hormigas salidas de ninguna parte daban cuenta de la comida, sin embargo al hacerlo corrían el riesgo de morir bajo un pegote de mantequilla, así que se escogió a un grupo de voluntarios, al más puro estilo de Chernobyl para llevar a cabo la recolección. Como el gobierno de las hormigas es un tanto... autoritario, a los “voluntarios” no se les decía que podían morir, y bueno, tampoco eran voluntarios de verdad, como en Chernobyl.
A las 10 de la noche estaba haciendo bailes extraños en su habitación y unos vecinos mayores le miraban, medio escondidos tras la cortina y musitaban que los jóvenes de hoy en día son de lo peor Antonio de lo peor, míralo ahí, sin vergüenza ninguna, eso es lo que es, un sinvergüenza, seguro que es un loco de esos con katana. Más tarde, golpeó un vaso y pisó los cristales, así que se decidió a ir al hospital. Allí conoció a la enfermera que le amaba, la que le daba pastillas, pero para los demás, era una enfermera. Volvió a casa curado, preparado para seguir sus absurdas fechorías, hasta que le entrara sueño de nuevo.
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