No podía engañarse. La vida de Sam no era tan guay como parece. El a veces se veía como un superpolicía tecnoinformatizado que daba con los delincuentes sólo con un ordenador con conexión a la Red, pero no era cierto.
Bueno, para ser exactos sí era cierto, a eso es a lo que se dedicaba, pero no era feliz. Hacer ese tipo de cosas estaba bien, sí, pero no le llenaba. Había sido feliz, antes era feliz. Pero ya no, y sentado delante del ordenador, con la habitación únicamente iluminada por la luz de la pantalla, se sentía extremadamente solo, miserable. La rutina y la insustancialidad eran ahora sus compañeras en la vida.
Salió de casa, dispuesto a encontrar el maldito dispositivo. Conseguirlo sería el pequeño empujoncito para levantarse una mañana más. Triste pero cierto.
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