domingo, 10 de mayo de 2009

La gruta del acantilado

Fra Sanchetd estaba a punto de abrir el libro, por así decirlo, que había encontrado la compañía de Ariel esa mañana. Y es que no estaba encuadernado, sólo eran unas cuantas hojas, aunque su numeración cuadraba. La primera hoja no tenía nada escrito, sólo tenía la numeración en la esquina derecha. En la siguiente empezaba diciendo:
''Primer cápitulo. Toma de contacto. Sam había vuelto de su viaje a Japón...''
En la mañana de aquel día Ariel y su compañía estaban haciendo una patrulla rutinaria por los alrededores. Recorrieron volando algunas de las partes más complicadas y escarpadas, llenas de acantilados y cañones estrechos. En uno de los acantilados, Kiel vió una entrada a una gruta, un poco por encima del nivel del agua. Como no podía ser de otra forma, simplemente abandonó la formación y descendió hacia la entrada. Ariel no dijo nada, se limitó a fulminar con la mirada al intrépido -y a veces estúpido- urielita y a dirigir a los demás hacia la entrada de la cueva. Kiel llegó hasta la entrada, se quedó un par de segundos delante, en el aire. Las olas que rompían debajo de él le salpicaban con pequeñas gotitas y entró al no reconocer ningún peligro evidente. cuando Ariel y los demás llegaron, Kiel estaba sentado delante de un baúl, rebuscando en él.
-Kiel, cuant...-empezó a decir Ariel
-Shh, mira lo que he encontrado-Kiel se levantó y arrastró el baúl hacia los demás- ¡hay un montón de cosas!
Todos se pusieron a mirar dentro del baúl, excepto Ariel. Apretaba los puños con fuerza y hacía un gran esfuerzo por alejar los malos pensamientos de su cabeza. Pensamientos de rabia.
-No es que desobedezcas mi órdenes, es que me ignoras por completo- dijo Ariel en el tono más neutro que pudo- y estoy hartándome de eso.
-Vamos, no te pongas tan mandona, estas todo el día gritando y diciéndonos lo que debemos hacer.
-Porque soy la que Dios ha designado para ser vuestra líder.
-Bah- dijo Kiel mientras le daba la espalda y se disponía a seguir hurgando en el baúl.
Ariel no pudo retener más su furia. Un halo dorado apareció a su alrededor y sus ojos brillaban como si tuvieran luz propia. La cueva, antes débilmente iluminada por el sol nublado, quedó bañada por la luz que Ariel irradiaba.
Todos se quedaron mirándola, inmóviles, sorprendidos, atónitos y algo asustados. Cuando Ariel se dió cuenta de que había activado su potesta Corona, paró inmediatamente y salió de la cueva. Se sentó en el borde del acantilado y estuvo mirando el océano hasta que los demás regresaron. Llevaban el baúl entre dos. Sin mediar palabra, todos echaron a volar de vuelta al monasterio.

1 comentario:

jaio dijo...

Sigue, sigue!!!