En una herida, se produce el dolor, el sangrado, la coagulación, la inflamación, la pérdida de funcionalidad y finalmente la reparación, normalmente a expensas de crear una cicatriz permanente. La pérdida de funcionalidad puede ser también para siempre.
En un primer momento, el agente causante de la herida provoca la rotura de la piel, estructura hasta el momento casi inexpugnable. Por la solución de continuidad de la piel se produce el dolor. El dolor es la alerta de nuestro cuerpo. A veces no, a veces sólo duele, sin más, sin significado. Eso es dolor patológico.
La rotura de los vasos sanguíneos hace que la sangre salga de su contenedor habitual. No se puede perder demasiada sangre. Los sangrados continuos provocan patologías graves. La sangre se coagula para evitarlo.
La inflamación es una defensa ante la agresión externa. Muchas veces resulta más perjudicial que beneficiosa. La pérdida de función ocurre bien por el propio daño en la zona afectada, bien por el dolor asociado.
Si todo ha ido más o menos bien, llegará la reparación. Esta puede ser total, sin vestigios de la herida, o lo más habitual: una reparación parcial, que deja una cicatriz que nunca desaparecerá. Y con esa cicatriz en ocasiones queda una falta de funcionalidad asociada. En los peores casos, el dolor también permanece.
No hay comentarios:
Publicar un comentario