El libro se abrió por la página en blanco. Una luz agonizante venía de algún lugar fuera de la habitación. Su pluma comenzó a dibujar las letras que contaban una historia terrible. Las palabras iban surgiendo del sonido del papel rasgado por la afilada pluma y como un cáncer el terror comenzó a crecer de nuevo. La luz se apagaba poco a poco, como estrangulada -igual que había sido estrangulada la mujer de quien escribía en el viejo tomo desgastado- y las letras negras seguían siendo plasmadas sobre el blanco. En ese momento, el escritor describía la cara de su mujer al morir, mientras él mismo la asesinaba. La oscuridad de la habitación se hizo más profunda y amenazaba con extinguir la vela. El escritor narró sobre el libro la muerte final de su mujer y la venganza de su nénemis, el cual la amaba. Las frías manos se aferraron a la pluma con rabia ante el recuerdo. Sin embargo, se tranquilizó cuando llegó a la parte final de la historia. Según decían las frases recién escritas, su némesis fue derrotado en el intento de venganza y había sido destruido. Para siempre. Pero se equivocaba.
El libro siguió siendo manchado, pero no por la tinta, que se derramaba hasta el suelo, sino por la sangre del escritor, que fluia desde su cuerpo sin vida. Puede que finalmente némesis lograra su venganza, pero el libro siguió conteniendo el horror y la muerte para siempre.
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