miércoles, 17 de junio de 2015

El día del Jucio Final

Acumulé todas las reservas de comida que pude. Latas, conservas, cereales, leche pasteurizada, pasta... Llenaban los armarios de la cocina hasta arriba. La satisfacción de poseer todos esos alimentos contrastaba bruscamente con su utilidad, con su fin último. Bajé todas las persianas, como si de un búnker se tratara. De hecho lo parecía por fuera. He visto unos cuantos búnkeres en mi corta vida, reflexioné. Siempre me gustó visitar las cicatrices que deja la guerra tras de sí. Incluso llegué a planificar un viaje por Europa sobre la Segunda Guerra Mundial. Qué infantil.
Por gusto, bajé los estores. No queda bien que se vean las persianas. Recogí algo el piso. Tampoco mucho, no tenía ganas, ni fuerza. El cansancio había ganado la batalla hacía tiempo, tampoco había peleado contra él. Lo dejé llenarme, inundarme por dentro, sin ofrecer resistencia. Y me llenó hasta arriba del todo, pasaba de la cama al sofá, o más bien, me arrastraba. No echaba de menos tener energía para hacer cosas. No había nada que quisiera hacer. Fuera divertido o no. Tumbarme, eso me apetecía. Y ahora podría hacerlo para el resto de la eternidad.
Suponiendo que el tiempo es infinito, nuestra existencia tiende a cero. Igual que si consideramos que el espacio es infinito, la masa tiende a cero. Pasamos toda la eternidad muertos o no natos.
No era el fin del mundo. Ningún asteroide iba a destruir la Tierra, ni aparecería ninguna raza extraterrestre dispuesta a exterminarnos. Ni siquiera se iban a abrir 7 sellos ni a sonar 7 trompetas. Nada de eso iba a ocurrir, la gente seguiría viviendo sus vidas, un día más. Incluso yo. No era un armaguedon personal; el instinto de supervivencia, amigo, le dije a mi reflejo en el espejo. No pareció entenderlo, pero es que mi reflejo es un poco lento. Más guapo, si, pero más tonto también. Lo entendería cuando al día siguiente, me volviera a ver, delante de él, a punto de comenzar un nuevo día, tras el día del Jucio Final de todos los días.

martes, 16 de junio de 2015

Habitación 423

La semana pasada es una amalgama de angustia, tiempos muertos, aburrimiento, felicidad y desesperación. Es la confirmación de que queremos cuando nos falta.
Me he visto más médico que en el día a día en mi hospital, en este otro hospital, pequeño, tal vez sea mediano, pero yo lo veía pequeño y desconchado y vacío. Pero con los mismos ladrillos en la fachada.
Momentos de auténtico júbilo cuando entraba la encantadora enfermera de la mañana a amenizar lo que se avecinaba un día largo y pesado, que parecía fluir como mermelada de albaricoque. No como compota de manzana, no.
Nunca un paseo tan corto, de unos pocos metros, me había dado tanta satisfacción. Nunca había disfrutado tanto abrir una ventana, corredera, que hice salir de su riel la primera vez que la toqué. Tampoco había metido yo mismo mi coche en un túnel de lavado.
Mis fuerzas se fueron agotando con los días, pero valió la pena. Porque sus fuerzas fueron aumentado. Y aunque se que no es verdad, me gusta pensar que tuve un poco que ver en ello.

viernes, 5 de junio de 2015

Estático


No creo ni que valga la pena escribir algo. Tampoco podría. Y mientras, lo que siento se enquista dentro de mi.