La semana pasada es una amalgama de angustia, tiempos muertos, aburrimiento, felicidad y desesperación. Es la confirmación de que queremos cuando nos falta.
Me he visto más médico que en el día a día en mi hospital, en este otro hospital, pequeño, tal vez sea mediano, pero yo lo veía pequeño y desconchado y vacío. Pero con los mismos ladrillos en la fachada.
Momentos de auténtico júbilo cuando entraba la encantadora enfermera de la mañana a amenizar lo que se avecinaba un día largo y pesado, que parecía fluir como mermelada de albaricoque. No como compota de manzana, no.
Nunca un paseo tan corto, de unos pocos metros, me había dado tanta satisfacción. Nunca había disfrutado tanto abrir una ventana, corredera, que hice salir de su riel la primera vez que la toqué. Tampoco había metido yo mismo mi coche en un túnel de lavado.
Mis fuerzas se fueron agotando con los días, pero valió la pena. Porque sus fuerzas fueron aumentado. Y aunque se que no es verdad, me gusta pensar que tuve un poco que ver en ello.
1 comentario:
Tuviste casi todo que ver con eso.
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