jueves, 27 de diciembre de 2012

Tu regere imperio populos, Romane, memento


Tiberio estaba de pie, con los pies casi hundidos en el barro. La fría llovizna llenaba su armadura y su piel de finas gotas que en ocasiones se unían precipitándose al suelo. El pelo se le iba empapando poco a poco, hacía tiempo que había perdido su caso.
Se dió la vuelta para ver a sus legionarios. Los restos de una cohorte; apenas cuatro centurias. Trescientos hombres que luchaban como uno solo. Un estandarte bajo en el que se agrupaban todos. Apoyados en sus grandes escudos rectangulares miraban a Tiberio a la espera de sus órdenes, cansados pero preparados.
Delante de ellos se extendía el campo de hierba que en otro momento fue verde, pero que la insistente lluvia había convertido en marrón. Y más allá estaban los bárbaros, hombres enormes pálidos, vistiendo cuero curtido y pieles animales, con pintura por todo el cuerpo, como si no les afectara el frío. Iban gritando algo en su lengua y cantaban.  
Tiberio miró a los ojos a los cuatro centuriones. Sólo un gesto con la cabeza bastó para que todos supieran que tenían que ponerse en marcha. Se alinearon a la perfección, escudo con escudo. Un muro de escudos que se movía.
No había miedo, ni siquiera un atisbo saludable de él. Roma podía estar perdida, podía estar lejos y que nunca volvieran a verla, pero les daba igual. Seguían luchando sin descanso, sin mirar atrás.
Sin Roma, ya no tenían nada que perder, nada que temer.

*Debes gobernar sobre el imperio de los hombres, romano, recuérdalo. (Eneida, Virgilio)

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