John estaba en su puesto, tenía colgados en el cuello sus auriculares y estaba apoyado en la ametralladora auxiliar calibre 50, mirando el horizonte. Ante el se extendía un las propiedades de una familia que durante generaciones se había dedicado a cuidar de esa granja de Pensilvania.
A lo lejos se oía el sonido de los helicópteros, lejanos, y los truenos de la tormenta que se avecinaba por el este. Unas nubes negras y amenazadoras que se cernían sobre ellos como queriendo hacerlos desaparecer. El tanque M1A2 Abrams sobre el que estaba estaba apagado y parecía dormir como un dragón en una oscura cueva.
Había algo bonito, armonioso en aquella paz y tranquilidad pero no duraría mucho; en unos minutos llegaría el 19º cuerpo de la Coalición y sobre aquellos sosegados campos por donde ahora volaban un grupo de golondrinas se desataría todo el horror, la violencia y el odio del que es capaz el ser humano.
Pero hasta que ese momento llegara, John disfrutaba con el aire suave y fresco y el olor a tierra y humedad.
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