En un futuro más o menos cercano, las pantallas táctiles van a estar presentes en casi cada aparato imaginable. Pero en este momento sólo quiero hablar de uno de ellos: el ordenador de sobremesa.
Dado por muerto por muchos antes de tiempo, es cierto que el sobremesa ha ido perdiendo campo frente a los portátiles. Es comprensible ¿Para qué tener algo asentado en el escritorio si puedo tener casi lo mismo en cualquier parte? Los portátiles de pantallas grandes, no excesivamente pesados y lo suficientemente potentes para la gran mayoría de situación de la vida cotidiana han hecho que el sobremesa pase a ser relegado a un segundo puesto en la informática doméstica.
Sin embargo, presentan una serie de ventajas frente a los portátiles que no voy a enumerar, sino simplemente pararme en una: la pantalla. En este momento estoy escribiendo en un pantalla de 23 pulgadas, bastante más cómoda que las 15 de un portátil normal o las 13 de mi portátil. De hecho, esta pantalla es tres veces más grande que la de 13.
¿Y todo a mí qué? ¿Que cojones me importa a mí eso? Probablemente nada, hasta que algún día se popularicen las pantallas táctiles de los sobremesa. Ahora mismo en el mercado hay unas cuantas, pero son un total despropósito; la idea de mantener los brazos en alto para tocar la pantalla es simplemente una gilipollez.
Pero tengo esperanza de que algún día alguien incline la pantalla de forma que trabajemos sobre ella de la misma manera que un dibujante en su mesa: es una posición natural, ergonómica y que puede mantenerse durante tiempo prolongado.
A todas las compañías que tienen ya esos incomodísimos ordenadores me gustaría decirles una cosa: la tecnología debe adaptarse a los seres humanos, no al revés.
Luego vendrá Apple, lo hará y todos dirán que de dónde les vienen las ideas a esos tíos. Pues yo os lo diré: de este blog.
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