No había dormido lo suficiente, nunca dormía lo suficiente, pero para dormir es necesario acostarse. El hacía mucho tiempo que no se acostaba. Tanto que el tiempo se había vuelto lineal, sin lapsos. No existía "ayer" o "mañana" tan sólo "hoy".
La percepción de la realidad se había arrugado, encogido y retorcido y ya no era reconocible; las personas pasaron a ser manchas oscuras que se movían a su alrededor y el mundo era borroso e inexacto. Los sonidos que provenían de allí sonaban acorchados, como si los escuchara desde otra habitación.
Pero su pensamiento sí se escuchaba bien. Alto y fuerte. Caótico, desordenado, divergente y múltiple. Su mente se hacía añicos y recomponía en milésimas de segundo, a veces fluido, a veces como millones de trozos de cristal.
Del mundo exterior lo único que podía ver claramente eran los espejos. Si, los espejos eran nítidos, incluso demasiado perfectos. Al otro lado no veía su mundo sino otro distinto: era aquel un mundo con más colores y brillo, de hecho, colores y luces era casi lo único que había, aparte de sí mismo.
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