Desperté empapado en sudor frío, y lo único que sentía era dolor y miedo. Ni la sangre corría por mis venas, se coagulaba por ellas mientras mi corazón latía con fuerza intentado escapar de aquel horror. Lo notaba en el pecho, golpeándose contra las paredes de mi tórax, lo notaba en mis sienes.
Quise gritar pero no pude, sólo un gemido ahogado salió de mi garganta, seca y áspera y en cada momento mis sentidos eran más conscientes de lo que ocurría a mi alrededor; miré y sólo vi oscuridad, toqué y sólo noté algo viscoso debajo de mí, sentí y supe que ya no tenía piernas sino muñones aun húmedos de sangre o tal vez sudor. Creí estar cayendo, y me agarré con fuerza al material viscoso hasta que perdí la consciencia.
Más tarde volví en mí. Lo primero que hice fue palparme las piernas, que seguían allí. Poco a poco fui reconociendo mi habitación y el sol que se filtraba en forma de pequeños rectángulos por la persiana y la cama encharcada de mi sudor aún tibio.
Había sido una mala noche, nada más. O eso quise hacerme creer.
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