Vivo en una realidad alternativa. No se exactamente dónde está, al otro lado del espejo, dentro de las sombras o en las esquinas. Se a ciencia cierta que está ahí, aunque mis sentidos me engañen; el tiempo ya no es lo que era, se dilata y se contrae de forma anormal. Tan pronto ha pasado una tarde en un instante como puede hacer centurias que fue ayer. Acompañando al tiempo en ese extraño comportamiento está mi propio yo: la despersonalización de mi ser va en aumento a medida que camino. A veces, indudablemente debido a mi propia experiencia vital, siento que estoy viviendo un videojuego, y que desconectaré en cualquier momento. A diferencia de otras épocas de mi vida, sueño y realidad no están formando un todo. Dormir es un una pausa total, un agujero negro, del que me despierto igual que me acosté. La vigilia no tiene aspecto de sueño, sólo parece falsa. Tampoco me siento anestesiado: de hecho casi diría que estoy hiperestésico, hipersensible a la belleza, al dolor, a las pequeñas cosas y a las grandes cosas. Pero soy selectivo, mucho de lo que ocurre a mi alrededor me da igual. Mucho de lo que me dicen me da igual, absolutamente igual. No es que elija ignorarlo, es que ni siquiera podría darme cuenta de que existe.
Mucha palabrería para decir muy poco, me comento a mi mismo mirando el párrafo. Es el ruido de mi cabeza, tenía que sacarlo durante un rato. Volverá a llenarse, más tarde, sin embargo.
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