martes, 16 de octubre de 2012

La caja


-¿Por qué la lleváis en un caja?
-Porque si no fuera ahí dentro, el piloto no podría llevar el avión, le deslumbraría.
El joven miró de nuevo esa gran caja de madera donde ponía en grandes letras rojas “Frágil” que estaba asegurada al suelo y las paredes del enorme avión jumbo en donde viajaban. Por una pequeña rendija surgía un rayo de luz que dibujaba una línea perfecta en el suelo. Intentó acercarse para mirar, por simple curiosidad, pero el general lo detuvo cogiéndole del brazo.
-Chico, necesito a mis hombres preparados para lo que sea. La última vez que dejé que uno de los soldados la viera desertó en el acto y abrió una floristería. No pienso perder a más hombres así.
Poco después, el avión tomaba tierra en Tel Aviv.
-Es la hora- le dijo en general a sus hombres -Vuestro único objetivo es que ella llegue sana y salva. Cuando la caja se abra, ya habrá acabado todo.
Colocaron la caja en un camión y subieron todos los soldados, que se movían en sus asientos nerviosos e inquietos ante el desconocimiento de lo que podía ocurrir.
El viaje transcurrió sin incidentes hasta que, al fin, llegaron a la franja de Gaza. Todos bajaron del camión y el general ordenó abrir la caja. Dos de los chicos sacaron las palancas que habían traído expresamente para la tarea y se dispusieron a abrir la caja por delante.
La tapa de madera cayó al suelo y esos muchachos vieron amanecer por segunda vez en ese día. El sol quedó relegado a un segundo plano en el momento en el que ella salió de la caja. El general que ya tenía algo de experiencia con ella mantuvo como pudo la compostura. Ordenó a sus hombres quitar la capota del camión y que se subieran con ella y quedara bien visible. Tardaron en reaccionar, pero lo acabaron haciendo.
El camión se dirigió hacia el punto de control israelí, donde un soldado y un palestino discutían acaloradamente. Al ver la luz se callaron quedándose como ciervos sorprendidos por los faros de un coche. Cuando el camión pasó a su lado, ella sonrió y los dos hombres empezaron a llorar. Mientras el general, sus chicos y ella se alejaban internándose en la franja, los dos hombres se abrazaron conscientes de que su diferencias no tenían la más mínimas importancia.
Ese camión recorrió todo oriente próximo, siempre con el mismo resultado: una sonrisa que terminaba luchas, conflictos y venganzas. Tras de sí sólo quedaba amor, alegría y perdón. Después de verla a ella, la guerra ya no tenía sentido.

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