viernes, 14 de septiembre de 2012

El cuerpo


Así empezaba. Las arterias eran hierro candente. Quemaban, y todo el cuerpo estaba recorrido por una red al rojo vivo. La piel ardía. Los músculos tensos se agitaban luchando unos contra otros. El latido en las sienes no presagiaba nada bueno. Desde el cerebro se orquestaba ese caos focalizado en una idea concreta. Los ojos estaban fijos en un punto, mientras los labios se apretaban con fuerza el uno contra el otro, como hacían los dientes.
Llegó el frío y las arterias se quedaron rígidas. El corazón se paró, ya inútil. Los músculos se detuvieron, al igual que el cerebro. Los ojos se perdieron en un horizonte que no se veía y la cara quedó indiferente. Y así acababa.

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