Hay cosas que cuesta creer que se estás viendo. Que son reales. Lo compruebas tres, cuatro, seis veces, nervioso te levantas de la silla para volver a mirar. Están ahí.
Como una luz blanca y brillante en la oscuridad total. Como una botella de agua helada en el desierto. Como la última galleta con chocolate cuando pensabas que no quedaban. Pero multiplicado por mil. Por un millón. "We are the champions" sonando a todo volumen. "Wolf like me" a doscientos por hora en un Nissan GT-R.
Y te acuerdas de la gente. De la noche antes. Del sufrimiento y la incertidumbre. De en quién pensaste antes, durante y después del examen. Y le dijiste que, si lo conseguías, se lo dedicarías.
Lo que me gustaría sería transmitirte exactamente lo que sentí, pero como no puedo, esto es para ti.
miércoles, 18 de julio de 2012
Fragmentos
Voy a poner cosas que he empezado a escribir estos días, pero que no he llegado a terminar. No tienen ni conexión entre ellas. Los dejo tal cual los escribí en su momento, sin más.
***
Miré desde el borde del precipicio. Debajo de mí las olas rompían contra las rocas afiladas. Delante de mí, el mar.
***
Miró el dibujo durante unos segundos con la ceja derecha levantada. Lo dejó sobre la mesa, se levantó y dió dos vueltas a la habitación para volver y mirarlo de nuevo. En su cara se dibujó un gesto de desconcierto. Ladeó un poco la cabeza, como un perro confuso.
-No lo entiendo- le dijo a su interlocutora.
-Obviamente- le respondió ella -Pero no te preocupes demasiado, yo tampoco- le confesó.
-Pero lo has hecho tu. Algo me podrás decir.- Cogió el papel, lo puso de lado, del revés, al trasluz.
-No, es lo que hay. Me salió así, no le des más vueltas. Mira, si no lo quieres puedes...- se levantó y tendió su mano derecha.
-No, me gusta. Quiero decir, me gustaría entenderlo, pero me gusta. No se por qué.
Ella resopló.
-Anda que no eres raro ni nada.
***
No se trata de la hoja en blanco. No se trata de un espacio vacío delante de mí que cuesta llenar con palabras. Puedo tener la misma sensación al sentarme delante de ese libro que me acompaña a todas horas. Páginas y páginas llenas de letras, palabras, esquemas y sin embargo tan vacuas para mí.
La sensación de abatimiento, de incapacidad, de hastío. De que no hay nada que entre o salga de mi mente, como si estuviera esclerosada, rígida, sin la chispa que antes creo que tenía. Puede que fuera una simple ilusión.
Ya está, ya no me sale nada más. Es como si esto hubiera sido un pequeño escape de creatividad en un último esfuerzo. Como las últimas gotas de champú en su bote. Lo que queda cerca del tapón.
***
La tormenta se acercaba cada vez más. Los truenos sonaban a lo lejos, pero se acercaban. Jack siguió escalando las ruinas sin darle mucha importancia.
***
Me miré en el espejo. Conocía cada marca, lunar, peca, arruga que surcaba mi cara cansada. Recordé cuando años atrás ese mismo reflejo estaba más limpio, menos gastado. Y como lo odiaba. El reflejo me devolvió una mueca que debía haber sido una media sonrisa en algún momento. Ya no había espacio para el odio, sólo había vacío. Un vacío que lo ocupaba todo. Tal vez algo de miedo. No estaba acostumbrado a sentir miedo. Cuando lo que más temes en el mundo es a ti mismo, lo demás no asusta.
***
Miré desde el borde del precipicio. Debajo de mí las olas rompían contra las rocas afiladas. Delante de mí, el mar.
***
Miró el dibujo durante unos segundos con la ceja derecha levantada. Lo dejó sobre la mesa, se levantó y dió dos vueltas a la habitación para volver y mirarlo de nuevo. En su cara se dibujó un gesto de desconcierto. Ladeó un poco la cabeza, como un perro confuso.
-No lo entiendo- le dijo a su interlocutora.
-Obviamente- le respondió ella -Pero no te preocupes demasiado, yo tampoco- le confesó.
-Pero lo has hecho tu. Algo me podrás decir.- Cogió el papel, lo puso de lado, del revés, al trasluz.
-No, es lo que hay. Me salió así, no le des más vueltas. Mira, si no lo quieres puedes...- se levantó y tendió su mano derecha.
-No, me gusta. Quiero decir, me gustaría entenderlo, pero me gusta. No se por qué.
Ella resopló.
-Anda que no eres raro ni nada.
***
No se trata de la hoja en blanco. No se trata de un espacio vacío delante de mí que cuesta llenar con palabras. Puedo tener la misma sensación al sentarme delante de ese libro que me acompaña a todas horas. Páginas y páginas llenas de letras, palabras, esquemas y sin embargo tan vacuas para mí.
La sensación de abatimiento, de incapacidad, de hastío. De que no hay nada que entre o salga de mi mente, como si estuviera esclerosada, rígida, sin la chispa que antes creo que tenía. Puede que fuera una simple ilusión.
Ya está, ya no me sale nada más. Es como si esto hubiera sido un pequeño escape de creatividad en un último esfuerzo. Como las últimas gotas de champú en su bote. Lo que queda cerca del tapón.
***
La tormenta se acercaba cada vez más. Los truenos sonaban a lo lejos, pero se acercaban. Jack siguió escalando las ruinas sin darle mucha importancia.
***
Me miré en el espejo. Conocía cada marca, lunar, peca, arruga que surcaba mi cara cansada. Recordé cuando años atrás ese mismo reflejo estaba más limpio, menos gastado. Y como lo odiaba. El reflejo me devolvió una mueca que debía haber sido una media sonrisa en algún momento. Ya no había espacio para el odio, sólo había vacío. Un vacío que lo ocupaba todo. Tal vez algo de miedo. No estaba acostumbrado a sentir miedo. Cuando lo que más temes en el mundo es a ti mismo, lo demás no asusta.
domingo, 15 de julio de 2012
El aparcamiento
El sitio se llamaba Puccini's. Un nombre muy italiano para ser de un polaco. Pero esa era la idea. Yo estaba en el aparcamiento, dentro del coche con las ventanillas bajadas, sudando. Daba igual que fuera de noche, la humedad y el calor no se iban a ninguna parte y menos allí dentro.
Miré alrededor. Las farolas iluminaban débilmente la carretera, el restaurante tenía sus propios focos y después nada. El resto estaba sumido en la más absoluta oscuridad. A lo lejos podían verse algunas otras luces solitarias. Siempre me había gustado mirar la oscuridad, la oscuridad profunda, auténtica, el más absoluto negro.
¡Qué calor hacía! Parecía que hasta el asfalto sudaba. Noté como me caía alguna gota de la frente. Miré y efectivamente el sudor se había estampado en caída libre sobre mi camisa. Lástima que fuera blanca.
En la radio estaba sonando "Have you seen Bruce Richard Reynolds?" en el momento en el que al fin, vi llegar el coche blanco que había pasado dos horas esperando. Y dentro del mismo, mi objetivo. Me metí la mano en el bolsillo y el metal me devolvió un poco de calma.
Esperé hasta que hubo aparcado. En cuanto abrió la puerta salí lentamente del coche, no tenía que parecer nervioso. Le pillé de espaldas, mientras estaba cerrando. Creo que no me oyó llegar. Ataqué sin vacilar, no puedes vacilar en el momento decisivo.
-¿Señor Tarkovsky?
Ligeramente sobresaltado, el viejo se dió la vuelta.
-Si, soy yo.- dijo un poco confuso.
Me metí la mano en el bolsillo y saqué una de las piezas fundamentales de mi trabajo: mi tarjeta de visita.
-Soy Scott Fitzgerald, de seguros Halifax. Quería proponerle un seguro fantástico para su local. Estamos en plena campaña y le regalaríamos el del coche.
Tarkovsky me miró como si fuera idiota. Odiaba que me pusieran esa cara. Esto es mi trabajo, yo no les pongo mala cara cuando me sirven eso a lo que este polaco llama risotto.
-No me interesa. Ahora, si no le importa, tengo trabajo que hacer.- Y se fue caminando hacia la entrada de empleados del Puccini's.
Volví a mi coche. Antes de arrancar, saqué de mi bolsillo el precioso bolígrafo metálico que había regalado mi mujer en mi último cumpleaños. Era reconfortante. Eché un último vistazo a la oscuridad, y me dispuse a volver a casa.
Miré alrededor. Las farolas iluminaban débilmente la carretera, el restaurante tenía sus propios focos y después nada. El resto estaba sumido en la más absoluta oscuridad. A lo lejos podían verse algunas otras luces solitarias. Siempre me había gustado mirar la oscuridad, la oscuridad profunda, auténtica, el más absoluto negro.
¡Qué calor hacía! Parecía que hasta el asfalto sudaba. Noté como me caía alguna gota de la frente. Miré y efectivamente el sudor se había estampado en caída libre sobre mi camisa. Lástima que fuera blanca.
En la radio estaba sonando "Have you seen Bruce Richard Reynolds?" en el momento en el que al fin, vi llegar el coche blanco que había pasado dos horas esperando. Y dentro del mismo, mi objetivo. Me metí la mano en el bolsillo y el metal me devolvió un poco de calma.
Esperé hasta que hubo aparcado. En cuanto abrió la puerta salí lentamente del coche, no tenía que parecer nervioso. Le pillé de espaldas, mientras estaba cerrando. Creo que no me oyó llegar. Ataqué sin vacilar, no puedes vacilar en el momento decisivo.
-¿Señor Tarkovsky?
Ligeramente sobresaltado, el viejo se dió la vuelta.
-Si, soy yo.- dijo un poco confuso.
Me metí la mano en el bolsillo y saqué una de las piezas fundamentales de mi trabajo: mi tarjeta de visita.
-Soy Scott Fitzgerald, de seguros Halifax. Quería proponerle un seguro fantástico para su local. Estamos en plena campaña y le regalaríamos el del coche.
Tarkovsky me miró como si fuera idiota. Odiaba que me pusieran esa cara. Esto es mi trabajo, yo no les pongo mala cara cuando me sirven eso a lo que este polaco llama risotto.
-No me interesa. Ahora, si no le importa, tengo trabajo que hacer.- Y se fue caminando hacia la entrada de empleados del Puccini's.
Volví a mi coche. Antes de arrancar, saqué de mi bolsillo el precioso bolígrafo metálico que había regalado mi mujer en mi último cumpleaños. Era reconfortante. Eché un último vistazo a la oscuridad, y me dispuse a volver a casa.
jueves, 12 de julio de 2012
Últimamente
Últimamente esto de escribir se me da bastante mal, como si fuera un pato cojo y ciego intentando cruzar una carretera llena de italianos. O algo así. Y como he encontrado algo bonito, pues queda mucho mejor que el puré de pato.
EuroLapse from David Kosmos Smith on Vimeo.
EuroLapse from David Kosmos Smith on Vimeo.
martes, 10 de julio de 2012
Songgaar*
Todos vamos a morir, no es ningún secreto. Desde la persona más poderosa del planeta al habitante más humilde, el final es siempre el mismo. Pero el camino no. Decía Machado que se hace camino al andar, en una alusión a que nuestro destino no está marcado, somos nosotros los que decidimos el viaje hacia la tumba. La tribu Tuva de Rusia considera que el futuro no es lo que tenemos delante sino lo que tenemos detrás, lo que no podemos ver.
Así es como me siento ahora; ahora que he hecho mi último examen, que eran mis metas a corto plazo, me encuentro perdido. No tengo visión de mi futuro. Como mucho, pienso un poco en lo que pasará mañana.
Ni siquiera ayer pude predecir cómo sería el viaje de hoy. Un viaje que he hecho decenas de veces, ha sido completamente distinto a lo que estoy acostumbrado. Tal vez es la forma que tiene el mundo de decirme que era la última vez que lo hacía, al menos de esta manera.
Paso canción tras canción en mi reproductor de música esperando que el de con la canción que le pega a este momento, pero sin éxito. Termino cogiendo el portátil y escribiendo en la oscuridad algunas líneas que, vistas desde fuera, no tendrán sentido. O se lo buscaréis vosotros, y supongo que ahí está la gracia.
Si fuera pintor sólo pintaría cuadros inmensos de azul intenso, como Rothko, pero de un solo color. Me gustaría tener un cuadro así en casa.
Durante el viaje he estado sentado mirando las nubes. Una parecía un zorro, otra una especie de hombre lagarto haciendo submarinismo y otra una tortuga.
Me gustan los árboles que cuando sopla viento hacen el sonido de la lluvia.
*En lengua Tuva: Retroceder/el futuro
miércoles, 4 de julio de 2012
Suscribirse a:
Entradas (Atom)