jueves, 24 de mayo de 2012

Estaba arrodillado sobre el asfalto y miraba como mis sueños, mis ilusiones, se me escapaban entre los dedos. Los dejaba ir, porque sabía que apretar los puños sólo empeoraría las cosas. Mientras iban desapareciendo, lloraba. Lloraba sobre ellos como tantas otras veces. Tantas otras veces en las que había sido yo el que los había destruido. Dentro de mí, mi parte más humana se iba con esos sueños, mientras que sólo quedaba el frío, la crueldad el vacío. Una cáscara vacía que se movía, caminaba e incluso bromeaba, pero que por dentro estaba muerta. Cada vez que algo volvía a bombear sangre a mis arterias, era más temprano que tarde, extraído de mí y caía sobre mis manos para sangrar mis sueños sobre el asfalto iluminado por una luz naranja.
Una y otra vez hasta que no quedó de mí nada más que dolor y vacío.

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