viernes, 31 de julio de 2009

La fortaleza Luz del Emperador

Era un día como otro cualquiera en la fortaleza Luz del Emperador. Su guarnición, parte de la 1ª división de infantería, descansaba. Dos soldados discutían sobre quien era el mejor jugador de BlutBall, mientras su teniente, un joven ascendido recientemente, contaba a sus camaradas cómo se ligó a unas gemelas en su ciudad natal. El teniente-coronel, un hombre mayor con voz potente, escuchaba como cantaba un pájaro de nombre desconocido. Uno de los comisarios pasaba revista a las tropas con su habitual dureza y un artillero de un cañón automático limpiaba el mecanismo del arma.
Un grito lejano, humano, saltó la alarma. Durante los siguientes 2 minutos fue el caos total. De todas partes aparecieron tiránidos, con sus horribles formas y sus temibles garras. Y de pronto, desparecieron en la jungla, de dónde habían venido.
Los chicos que discutían sobre BlutBall yacían sin vida delante de las fortificaciones. El joven teniente, cubierto de fluidos tiránidos, estaba al borde de un ataque nervioso. El teniente coronel, estaba entre lo que había quedado del búnker, cuantificando los daños. Del comisario quedaba solo una pulpa rojiza. El artillero, sin munición, seguía apretando el gatillo hacia la jungla. Por esta vez, habían resistido el ataque tiránido.
"Pero ¿Por cuanto tiempo?" Se preguntó el teniente-coronel, mirando a su tropa.

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