sábado, 13 de diciembre de 2008

El monasterio

El silencio del claustro del monasterio era solo roto por el ruido de la lluvia que caía abundantemente sobre aquellos bosques. De fondo se escuchaban los truenos. Hacía ya años que nadie vivía allí, ni nadie paseaba por aquel claustro. Sin embargo, el estaba allí, mirando el arma distraídamente mientras pensaba en otra cosa.
Recordaba cuando consiguió ese arma. Llevaba varios días vagando por un bosque al norte, uno particularmente oscuro y silencioso. Un día vió a un mercader que intentaba hacer pasar su carro por uno de los estrechos y embarrados caminos que atravesaban la arboleda. Era un hombre joven y algo rechoncho. Parecía un tabernero. Mientras el pobre hombre intentaba sacar una de las ruedas de un charco de barro, el se deslizó hasta colocarse detrás de él. Hundió entero su cuchillo en la nuca de aquel desdichado, que cayó al suelo haciendo un gran ''chof'', muerto. Su recuerdo de todo aquello era vago, como si no le hubiera prestado atención. Pero de lo que sí se acordaba era del descubrimiento de la carga del mercader: objetos prediluvianos. Había una media docena de ellos: cajas negras con placas verdes con caminos dorados dentro, unas piezas de cristal, una botella con forma extraña, lo que parecía ser un zapato, un esfera de cristal y un arma prediluviana. Era una pistola. Enorme. Tenía algo grabado en un lado, pero el no sabía leer,y aunque supiera, desconocería el idioma. Era plateada y pesaba mucho.
Ahora estaba allí, caminando entre aquellas piedras antiguas, por donde hacía más de quince siglos que no pasaba nadie. En una de las habitaciones escondía su tesoro; un relicario de la decadente edad prediluviana.

1 comentario:

jaio dijo...

ETA esconde pistolas en agujeros (que los telediarios llaman zulos, por aquello de la poesía) al lado de la pared de las iglesias de los pueblos. Cuidado con lo que te encuentras.