miércoles, 24 de diciembre de 2008

El barco

Debería estar estudiando, pero no es así. Estoy aquí escribiendo cosas que tal vez olvidaré en un futuro próximo y que no me servirán de nada en ese hipotético futuro. Estudiar es igual.
Empujamos y empujamos la roca cuesta arriba. A veces podemos ver algo del final. No estoy seguro de que me guste, pero si no, siempre puedo hacer otra cosa. Tal vez lo que me gusta es empujar rocas por cuestas.
Estoy falto de ideas, de inspiración, de duendecillos verdes o lo que sea. Después de escribir el párrafo superior he estado un rato pensando. No se ni lo que quiero escribir y temo que esto no acabe bien.
''S. miró a su psiquiatra con la su cara habitual: mezcla de incredulidad y desprecio. ¿Qué hacía el allí? Ese médico era un inútil. El había sido muchísimo mejor psiquiatra. El problema es que lo había sido, no lo era.
-Vamos S., cuénteme qué pasó exactamente en la travesía del atlántico. Llevamos ya dos meses de rodeos y evasivas.
S. no salía de su asombro. ¿Cómo podía tratar así un tema que le había traumatizado tanto?
-No me mire así S., ya no somos unos críos. Enfréntese al problema.
-¿Que me enfrente al problema? ¿Acaso usted sabe de lo que está hablando?-S. tornó a la rabia-F. y M. desaparecieron bajo las olas. ¡Están muertos! ¡Mis dos mejores amigos están muertos!
-Lo sé S.-puso su típico tono tranquilizador que ponía con los histriónicos- pero esa no es la razón de que esté aquí.
-Vale, usted gana. Le contaré que es lo que vi. Después me llamará loco y pedirá que me manden al psiquiátrico; me da igual, ya nunca recuperaré mi vida.
Como ya sabe, F., M. y yo íbamos a cruzar el Atlántico en nuestro barco. Iba a ser un viaje inolvidable. De hecho, lo fue. A mitad del camino, F. comenzó a tener fiebre. En pocas horas vomitó sangre. Su sangre tiñó de rojo el agua y puede que eso lo desencadenó todo, aunque la verdad, no lo se. Pero esa noche navegábamos bastante más lento. Pensé en que sería algún problema de la velas, pero no me importó mucho, porque F. estaba realmente mal. Mi diagnóstico: algún tipo de bacteria que le debía estar destrozando por dentro. Aquella misma noche, cuando F. se levantó para volver a vomitar por la borda se cayó. Bueno, creo que se cayó. Se hundió como un ladrillo. Ni chapoteó ni flotó lo más mínimo. M. y yo nos acercamos a la borda corriendo. Lo único que había era oscuridad. El mar sólo era oscuridad hecha líquido. La única luz en kilómetros a la redonda era una de nuestras linternas, en el mástil. A M. le entró una crisis de ansiedad. El pánico se apoderó de él y se encerró en baño del camarote. Esto me superaba y tuve que sentarme para pensar un poco. Ahora el barco no se movía, sólo estaba ahí, en mitad del océano. Algo me rozó la mano. Algo viscoso. Ni siquiera miré hacia atrás cuando corrí hacia el camarote. Razonándolo ahora no se porqué me asusté de esa manera. Pero un instinto me dijo huye. Un instinto proveniente de alguna parte antigua de mi cerebro. M. salió del baño con una mirada extraña en los ojos. Cogió la pistola de bengalas que teníamos y subió a la cubierta. Le seguí, sin saber que pretendía hacer. La linterna del mástil había desaparecido y la oscuridad nos había engullido a nosotros también. M. giró la cabeza hacía mí de una manera realmente extraña y disparó la bengala hacia el cielo estrellado. La bengala proyectó una luz rojiza y parcial a la cubierta del barco. A unos metros delante de nosotros había algo. Algo con aspecto viscoso. Una figura que recordaba vagamente a algún tipo de crustáceo deformado y gelatinoso de color (o la luz le daba un color) negruzco. HUYE. HUYE. HUYE, mi instinto gritaba y ocupaba todo mi pensamiento. Tal vez sea cierto que hay una cierta memoria impresa en los genes. HUYE. Corrí hacia el camarote sin mirar atrás. Ni siquiera pensé en M. hasta que, una vez en el camarote, escuché como algo voluminoso caía al agua. Cerré la puerta del camarote con llave y me encerré en el baño. Todas las noches me despierto escuchando los golpes que esa cosa dió a la puerta del camarote. Era como un golpe seco seguido de una especie de salpicadura. Estuve llorando hasta que me dormí. Cuando desperté era mediodia y sólo salí del baño para llamar por radio y pedir rescate. El resto ya lo conoce. Adelante, llámeme loco.
-Eso ha estado muy bien. Pero me temo que si necesitas pasar una temporada en el psiquiátrico.
-¡Lo sabía! Maldito estúpido con sus...
-S., cuando el equipo de rescate llegó a tu barco, F. y M. estaban descuatizados en la cubierta, todo estaba lleno de sangre, incluido tú, que blandías un cuchillo ensangrentado y musitabas sin sentido. Según las pruebas forenses, los estrangulaste mientras dormían y luego los cortaste en trozos.

1 comentario:

jaio dijo...

Escondes un asesino en alguna parte de tu ser, que , por una razón u otra, no voy a indagar. Aunque mi nombre no empiece por F ni por M jajajaja

Me quedo con tu sublime peloteo. De hecho, me acordé de ti cuando escribía sobre Fisiología. Y de tu increíble y dramática historia sobre Epidemiología. Juraría no haberme reido tanto en mucho tiempo.

PD: a pelota, pelota y medio. Es que yo tmb quiero regalos jaja