Voy a poner cosas que he empezado a escribir estos días, pero que no he llegado a terminar. No tienen ni conexión entre ellas. Los dejo tal cual los escribí en su momento, sin más.
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Miré desde el borde del precipicio. Debajo de mí las olas rompían contra las rocas afiladas. Delante de mí, el mar.
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Miró el dibujo durante unos segundos con la ceja derecha levantada. Lo dejó sobre la mesa, se levantó y dió dos vueltas a la habitación para volver y mirarlo de nuevo. En su cara se dibujó un gesto de desconcierto. Ladeó un poco la cabeza, como un perro confuso.
-No lo entiendo- le dijo a su interlocutora.
-Obviamente- le respondió ella -Pero no te preocupes demasiado, yo tampoco- le confesó.
-Pero lo has hecho tu. Algo me podrás decir.- Cogió el papel, lo puso de lado, del revés, al trasluz.
-No, es lo que hay. Me salió así, no le des más vueltas. Mira, si no lo quieres puedes...- se levantó y tendió su mano derecha.
-No, me gusta. Quiero decir, me gustaría entenderlo, pero me gusta. No se por qué.
Ella resopló.
-Anda que no eres raro ni nada.
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No se trata de la hoja en blanco. No se trata de un espacio vacío delante de mí que cuesta llenar con palabras. Puedo tener la misma sensación al sentarme delante de ese libro que me acompaña a todas horas. Páginas y páginas llenas de letras, palabras, esquemas y sin embargo tan vacuas para mí.
La sensación de abatimiento, de incapacidad, de hastío. De que no hay nada que entre o salga de mi mente, como si estuviera esclerosada, rígida, sin la chispa que antes creo que tenía. Puede que fuera una simple ilusión.
Ya está, ya no me sale nada más. Es como si esto hubiera sido un pequeño escape de creatividad en un último esfuerzo. Como las últimas gotas de champú en su bote. Lo que queda cerca del tapón.
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La tormenta se acercaba cada vez más. Los truenos sonaban a lo lejos, pero se acercaban. Jack siguió escalando las ruinas sin darle mucha importancia.
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Me miré en el espejo. Conocía cada marca, lunar, peca, arruga que surcaba mi cara cansada. Recordé cuando años atrás ese mismo reflejo estaba más limpio, menos gastado. Y como lo odiaba. El reflejo me devolvió una mueca que debía haber sido una media sonrisa en algún momento. Ya no había espacio para el odio, sólo había vacío. Un vacío que lo ocupaba todo. Tal vez algo de miedo. No estaba acostumbrado a sentir miedo. Cuando lo que más temes en el mundo es a ti mismo, lo demás no asusta.
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