Esta podredumbre que podría haber sido evitada, esta atrofia, erosión de los salientes que me hacían lo que yo era, convirtiéndome en un bosquejo de mi propia identidad. Como el viento frío se cuela por las rendijas de una ventana, incansable, imparable, mi yo interior se fue enfriando, normalizándome con el exterior.
No hubo días de gloria pasada, épocas doradas de júbilo infinito, sino una decadencia constante que se ha ido llevando, de tan poco en poco, mi yo que casi no me he dado cuenta. No hubo una gran explosión ni siquiera una lágrima derramada; simplemente no hubo.
Vuelvo a donde empezó todo, a la oscuridad de la noche cortada limpiamente por el brillo de una pantalla; otra pantalla si, y otro yo al otro lado.
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