viernes, 14 de septiembre de 2012
El comandante
-El barco se hunde, comandante.
-Lo sé.
-¿No piensa hacer nada al respecto?
-Yo fleté este barco. Yo contraté a la tripulación. Bajo mis órdenes llegamos hasta aquí. Con mi liderazgo combatimos. Ahora todo está perdido. SI hubiera podido hacer algo más, lo habría hecho. ¿Qué me queda? Hice todo lo que pude por un sueño, por algo que era probablemente imposible. Pero quedándome en tierra hubiera sido imposible. Sabía dónde me metía, sabía que no sería fácil, sabía que habría dolor y habría sacrificio. Ahora ya puedo decirlo: era imposible. Otros dirán que eso podía saberse sin llegar a hundir el barco; yo les diría que entonces no habrían hecho todo lo humanamente posible. Coged los botes y huid, yo me hundiré con él. He pensado muchas veces con este momento, de algún modo agridulce. No lo he conseguido, pero nunca me arrepentiré de haberlo intentado. Veo su mirada de escepticismo. Casi puedo notar en usted esa superioridad salida de Dios sabrá donde hacia esta clase de proyectos que, para los cortos de miras, no tienen sentido. Nunca ha sentido usted la llamada de algo mayor, de una envergadura mayor que la propia vida. Supongo que es la misma llamada que sintieron otros hombres antes que yo y que les llevaron más lejos de lo nunca imaginaron en sus más locos sueños. El agua empieza a mojarme los pies; corre, insensato, con uno ya tenemos suficiente en el barco. Ah, la brisa del mar me dice que el fin se acerca. Allá en el horizonte veo a esos pobres hombres remando, huyendo de la vida misma. ¿Qué ocurre? ¿Por qué el barco se ha detenido hacia lo que parecía su inexorable final? Ahora soy el comandante de un trozo de madera en mitad del mar, en ninguna parte. ¡Qué contrariedad! ¿Eso significa que mi viaje aún no ha terminado?
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