Hacía calor para ser primavera. La noche era hasta pegajosa, meses antes de que lo que solía tocar. Temprano, muy temprano en el año, pero es que ya nada es lo que era. Ya no se puede confiar en las estaciones. Ni en las estaciones de servicio tampoco.
Aquella gasolinera era igual que todas las demás, porque las gasolineras son siempre iguales. Son feas y prácticas. Recuadritos iluminados en la oscuridad. Muy muy al fondo se veían las tímidas luces naranjas de algunas farolas, no estábamos tan lejos de la civilización (si llamamos civilización al sur de Madrid).
Tal vez era la falta de sueño, tal vez era el día agotador, o tal vez era simplemente que las tres de la madrugada las cosas se ven de otra manera, pero pensé que todo encajaba; como si de pronto toda mi vida tuviera un mismo hilo argumental que me había llevado hasta aquella gasolinera.
Por suerte, mi compañero no tardó en echarle suficiente gasoil a la ambulancia para otra guardia más y nos fuimos pronto dejando atrás aquellos carteles luminosos y aquella horrible sensación de plenitud.
Debe haber algo más en la vida ¿Verdad? Algo más que la adrenalina, el sentimiento, la emoción, el amor, la diversión, la sorpresa. Algo más.