viernes, 19 de octubre de 2012

Superhéroe

Quiero ser un superhéroe. Más concretamente el tuyo. No me van la mallas, pero tampoco las necesito. Ni a los mayas tampoco, pobres malentendidos. No llevo capa, no soy de Salamanca. Ni siquiera me gustan los colores chillones, pero como tengo padres tampoco puedo ser Batman.
No tengo superfuerza ni superresistencia, pero nunca me caigo(o casi). Y cuando lo hago es porque yo quiero. Puede que sea inmune a las balas, nunca lo he probado. No poseo visión de rayos X, pero debe ser aburridísimo ver todo el día los huesos a la gente, y sus condensaciones pulmonares y no poder quitarte esa voz en tu cabeza que te dice que tienes que decirle a ese señor que tiene una masa en el pulmón.
En mi haber no hay un vehículo sacado del futuro sino que aparezco en un flamante Focus al que le cuesta meter la primera y la segunda, aunque sueño con un BMW azul como le digo a uno de mis fans. A mi fan, el que me hace pensar que sí puedo ser un superhéroe en bata blanca.
Batman tiene todos sus juguetitos de alta tecnología, yo tengo un ordenador al que le puse nombre y de vez en cuando abrazo para que no se ponga triste. Tampoco tengo un Robin, pero a veces hay gente que hace lo mismo que yo un día más tarde. No soy tan ingenioso como Spiderman, aunque se llevarme mejor con la gente que él. Me falta el "Super-" de Superman, pero tengo un sistema inmune que se superinflama en cuanto tiene la oportunidad.
No soy un dios nórdico, pero no tengo miedo a casi nada, aunque he descubierto que las medusas me dan bastante (las de mar, las de la mitología no tanto, principalmente por su falta de existencia, pero si obviamos eso, no querría encontrármelas al levantarme por la mañana que además de convertido en piedra tendría un aspecto horrible). Tampoco he estado en un accidente nuclear, pero si lo hubiera estado probablemente no estaría aquí y vivo. Mi ADN es bastante normal, sin mutaciones que me permitan controlar el clima, ni que fuera el hombre del tiempo. No obstante, puedo doblar el pulgar para atrás casi noventa grados, un poder mejor que el de algunos X-Men.
No tengo un pasado tormentoso, no soy un veterano de guerra, no busco la paz en el universo.
Pese a todo, cuando escucho esta canción, se que puedo ser un superhéroe.

martes, 16 de octubre de 2012

La caja


-¿Por qué la lleváis en un caja?
-Porque si no fuera ahí dentro, el piloto no podría llevar el avión, le deslumbraría.
El joven miró de nuevo esa gran caja de madera donde ponía en grandes letras rojas “Frágil” que estaba asegurada al suelo y las paredes del enorme avión jumbo en donde viajaban. Por una pequeña rendija surgía un rayo de luz que dibujaba una línea perfecta en el suelo. Intentó acercarse para mirar, por simple curiosidad, pero el general lo detuvo cogiéndole del brazo.
-Chico, necesito a mis hombres preparados para lo que sea. La última vez que dejé que uno de los soldados la viera desertó en el acto y abrió una floristería. No pienso perder a más hombres así.
Poco después, el avión tomaba tierra en Tel Aviv.
-Es la hora- le dijo en general a sus hombres -Vuestro único objetivo es que ella llegue sana y salva. Cuando la caja se abra, ya habrá acabado todo.
Colocaron la caja en un camión y subieron todos los soldados, que se movían en sus asientos nerviosos e inquietos ante el desconocimiento de lo que podía ocurrir.
El viaje transcurrió sin incidentes hasta que, al fin, llegaron a la franja de Gaza. Todos bajaron del camión y el general ordenó abrir la caja. Dos de los chicos sacaron las palancas que habían traído expresamente para la tarea y se dispusieron a abrir la caja por delante.
La tapa de madera cayó al suelo y esos muchachos vieron amanecer por segunda vez en ese día. El sol quedó relegado a un segundo plano en el momento en el que ella salió de la caja. El general que ya tenía algo de experiencia con ella mantuvo como pudo la compostura. Ordenó a sus hombres quitar la capota del camión y que se subieran con ella y quedara bien visible. Tardaron en reaccionar, pero lo acabaron haciendo.
El camión se dirigió hacia el punto de control israelí, donde un soldado y un palestino discutían acaloradamente. Al ver la luz se callaron quedándose como ciervos sorprendidos por los faros de un coche. Cuando el camión pasó a su lado, ella sonrió y los dos hombres empezaron a llorar. Mientras el general, sus chicos y ella se alejaban internándose en la franja, los dos hombres se abrazaron conscientes de que su diferencias no tenían la más mínimas importancia.
Ese camión recorrió todo oriente próximo, siempre con el mismo resultado: una sonrisa que terminaba luchas, conflictos y venganzas. Tras de sí sólo quedaba amor, alegría y perdón. Después de verla a ella, la guerra ya no tenía sentido.

lunes, 15 de octubre de 2012

Felicidades

¡Feliz cumpleaños, Nietzsche!
Hace 168 años nació Friedrich Wilhelm Nietzsche, uno de esos tipos extraños y entrañables que tiene la historia.
Pero ¿Qué hubiera pasado si Nietzsche hubiera nacido en nuestra época, digamos, 144 años después?
Seguramente no lo reconoceríamos como ese señor tan serio con bigote que sale siempre en los libros de filosofía. Podría ser que incluso no fuera hombre. Estoy bastante seguro de que no llevaría ese bigote.
En cualquier caso estoy seguro de que sería brillante. De una luz que hace que el sol parezca una estrella lejana.
Nietzsche debía ser una de esas personas que no te deja indiferente. No me imagino a nadie de aquella época diciendo: "Pues he conocido al tal Nietzsche y ni fu y ni fa, un filósofo más." Porque el tío llegaba y te decía: "Dios ha muerto" y no te vas a quedar ahí parado como si acabara de juzgar severamente el cambio climático de estación que el otoño ya no parece otoño, y que no había visto llover así en mi vida. Si viviera hoy, estoy seguro de que también dejaría su impronta en la gente que le conociera.
Mirando en wikipedia he descubierto que no sólo Nietzsche nació un 15 de Octubre, el Gran Wyoming también. Es un día guay para nacer.

viernes, 5 de octubre de 2012

Ven


-Ven
Oí esa voz y me desperté. Me senté en la cama y me pasé la mano por la cabeza, que me latía tan fuerte que movía el aire a su alrededor.
Abrí la puerta y una pequeña cantidad de arena entró en la habitación, impulsada por el viento y el sol. La playa estaba desierta, como de costumbre. Caminé sin tener muy claro a dónde estaba yendo y eché la mirada atrás; los inmensos edificios de decenas de plantas me miraban muertos y vacíos como grandes esqueletos.
No tenía hambre recién levantado, algo raro en mí, pero que últimamente era cada vez más común. Hundí la mano en la arena hasta que encontré el bote de mermelada. Mermelada de higos robados. Extremadamente dulce, una sola cucharada me sirvió como obligatorio desayuno, más dictado por el cerebro que por el estómago. Volví a enterrar la mermelada.
Entré en el mar sin prisa, dejando que las olas le fueran dando un adelanto a mi piel de lo que le esperaba cuando se sumergiera. Cuando ya no pude caminar más y las rocas comenzaron a arañarme delicadamente los pies, nadé. Nadé hasta llegar a una roca picuda y solitaria en la que había una gaviota que la ocupaba como si fuera la reina del lugar. Tal vez lo fuera. Me miró como si lo fuera. No me quise acercar mucho, es mejor no provocar a los poderosos.
Miré al fondo y sólo vi oscuridad parcheada. Me quedé flotando un rato boca arriba, viendo el cielo intensamente azul, pero me cansé rápido al no haber nubes con las que poder fantasear.
De vuelta a la playa vi como unos mapaches salían corriendo de mi habitación. Me parecían simpáticos, pero no soportaba su manía de recogerme la habitación mientras no estaba. Luego nunca encontraba nada.
Me dispuse a mi tarea diaria; me senté delante de la piedra Roseta y la miré durante horas, pero seguía sin ser capaz de entender ninguno de los tres idiomas en los que estaba escrita. Frustrado una vez más, cogí el gran tomo que estaba a su lado: un manual descriptivo y muy minucioso de máquinas de ferrocarril a vapor de hacía más de cien años y de las que ya no existían ninguna. No mejoró mi frustración, pero al menos era más ameno.
Cerca de mi apareció una masa negra que se movía atraída por el metal, proyectando pseudópodos que brillaban con pequeños reflejos metálicos. Estuve un rato entretenido con la manera en la que fagocitaba un trozo de algo que alguna vez sirvió de algo en alguna máquina o estructura. Cuando me cansé tiré de uno de los pseudópodos para ver qué pasaba: se estiró como chicle. Sin embargo, cuando tiré más rápido se partió como plastilina. Ese pequeño instante me devolvió de forma súbita a mis cinco años, jugar con coches amarillos y piezas de madera calientes. Inmediatamente volví a la realidad al ver a la masa negra enterrarse en la arena.
El sol se estaba poniendo. Hacía tiempo me había preguntado que cómo era posible que saliera y se pusiera por el mismo punto cardinal, pero no se exactamente cuando, dejé de pensar en ello.
Me metí en la cama. Su voz volvería a sonar en mi cabeza justo antes de despertarme, y eso era lo único que me hacía dormir.

martes, 2 de octubre de 2012

El mar de oscuridad y la tierra de luces.


Estaba sentado encima del coche, en el techo. Delante de mi se extendía la oscuridad como un mar de intenso negro y un poco más lejos, las miles de luces de la ciudad, como una costa lejana e inalcanzable. Sonaba esta canción, mientras una brisa suave lo movía todo lentamente. Hacía la temperatura perfecta.